Al salir de clase.
Al salir de clase el primer día de cautiverio, aceleré mis pasos y me centré en llegar lo más rápido posible a mi escondite. Ya allí, encendí un cigarro y me senté mientras lágrimas de impotencia salían sin descanso de mis ojos color miel. Al darme cuenta de que llegaba tarde, salí corriendo como alma que lleva el diablo hasta mi hogar, sin darme cuenta de que unos ojos me escrutaban desde las sombras.
El segundo día, no aguanté las lágrimas nada más salir del recinto escolar. Con el llanto como música para mis oídos, llegué a mi sitio. Pero no estaba sola, un chico que rompía todos mis actuales esquemas, con pelo y ojos azabaches, tez morena y atuendo totalmente negro se encontraba allí. En MI sitio. Pero, teniendo en cuenta que esto era la calle, no dije nada y me senté igualmente. Me sequé las lágrimas y encendí otro cigarro. A la segunda calada, sentí una presión en mi cadera, haciéndome caer sobre su hombro. Comencé a llorar, con la incredulidad aún en mi ser al sentirme apoyada por un desconocido. Al darme cuenta de lo que estaba sucediendo, me aparté bruscamente y, tras recoger la mochila del suelo, salí de allí sin mirar atrás. Al llegar a casa y quitarme la chaqueta, una nota se cayó en el suelo.
《Yo puedo arreglar tu corazón. Yo puedo sustituír los llantos por risas; las muecas por sonrisas. Puedo cambiar tu vida. Puedo llenar tus ojos de luz. Sé que puedo, y sin necesidad de que conozcas mi nombre. Deja que te ayude antes de que sea demasiado tarde.》
Inevitablemente, sonreí. Pero después la desconfianza me llenó por completo y tras prenderla con mi mechero, la deseché por la ventana.
Al tercero, el desconocido comenzó a hablarme, y, para mi sorpresa, yo también. Empecé a reírme hasta del vuelo de una simple e insignificante mosca. Y también a maravillarme de aquel ser del que no conocía el nombre, pero que poco me importaba desconocerlo.
Día tras día, iba avanzando en el camino de la vida. Comencé a arreglarme para el hombre de negro, a soñar despierta un futuro jodidamente incierto. Pero sobretodo comencé a quererme a mí misma.
El último día de cautiverio, salí sustituyendo, por enésima vez, el llanto por sonrisas. Al llegar a nuestro sitio, el chico se encontraba de pie, con el rostro serio. Se acercó poco a poco a mí y, sin dejarme pronunciar palabra alguna, posó sus labios sobre los míos. Estaba más que dispuesta a corresponderle, cuando su cuerpo se disolvió. Simplemente desapareció. Una nota y una pluma negra se encontraba en la palma de mi mano.
《Sigue así, ángel. Así como confiaste en mí todo este tiempo sin necesidad de conocer cosas insignificantes como mi nombre, confía en la gente. Ama. Llora. Ríe. Cae una y otra vez si eso hará que te levantes más fuerte. Se feliz, ángel.》
Al salir de clase, mi vida cambió. Al salir de clase, comencé a andar sin temor alguno.
Muchos años han pasado desde aquello, y aún sigo pensando en ese desconocido ser que barrió con todos los muros de mi corazón. Me enamoré de un ángel, y no me arrepiento.
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