Y cada noche fuiste haciendo crecer una enredadera por mi viejo y triste muro hasta derrumbarlo con el peso de tus camelantes palabras. Pronto la enredadera se convirtió en una bella flor que no tardó en convertirse en una carnívora anhelante de mi corazón y hasta que no lo arrancó para comérselo no paró. Huí de allí, vacía y cuando paró la tormenta construí toda una fortaleza, pero no pasó mucho tiempo hasta que tu falsa enredadera volvió, llenando de dolor todo lo que tocaba hasta llegar a mí. Y así es como cada noche la flor me devolvía el corazón y luego la planta carnívora me lo arrancaba.
Y luego quedaba yo, dueña de una fortaleza de día y desprotegida ante ti cuando la luna estaba en lo alto.
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