Galicia ¡oh, Galicia!

Galicia y yo mantenemos una sólida relación de amor-odio. La detesto por enamorarme con sus hermosas playas y no poder apreciarlas por sus gélidas aguas traicioneras, por necesitar el coche para ir a todos lados haciéndome recordar mi vida en Badalona-Barcelona y el poder tener todo a mano. La odio por estar tan lejos del lugar donde mis pocos seres queridos mantienen su residencia. Aborrezco este lugar por sus pequeña concentración de población porque la intimidad es nula. Y la desprecio con toda mi alma cada vez que me hace echar en falta la playa de San Adriá a la que iba todos los días del año, con sus cálidas aguas y su blanca arena, y, por supuesto, su maravilloso clima. La amo por su increíble historia. La adoro por las historias que me cuentan mis abuelos o los señores con los que entablo conversación mientras espero el autobús para ir a la metrópolis, por no caber en mí cada vez que veo tanta...